Atrio.org XL. Ni rabia ni orgullo
Diré, sin sometimiento a la corrección política ni cualquiera otra atadura ideológica; sin anteojeras progres y sin uncirme al carro de la propaganda, lo que sé sobre la sexualidad. Y lo haré delimitando claramente los dos ámbitos de este asunto y, por lo tanto, sin menosprecio ni coartada que menoscabe derechos de nadie:
Primero: homosexualidad no es lo mismo que heterosexualidad. Ni tiene los mismos fines ni utiliza los mismos medios ni se pueden comparar sus “protocolos” de actuación. La homosexualidad se asemeja a un quiero y no puedo, a un paripé, un juego de rol, juego de simulación.
Segundo, ¿Qué es la homosexualidad? El estamento científico se quitó de encima el conflicto social haciendo dejación de sus funciones. Derivó la patata caliente a la sociedad en un “allá te las entiendas tú”. Obviaré el asunto de la Asociación Americana de Psiquiatría y su asamblea más que sospechosa para trasladar la homosexualidad a otra ubicación en el catálogo a base de maniobras. Tampoco hablaré de la rectificación realizada por el eminente científico promotor de aquella iniciativa, que recientemente se ha “arrepentido” de aquella actuación suya y ha vuelto, junto con su equipo de científicos, a los tratamientos tradicionales a homosexuales. Lo dejo aquí por no herir sensibilidades que no es mi objetivo.
Tercero, la biología deja pistas bien precisas sobre lo que es natural y lo que es extraordinario; sobre lo que se dirige al fin previsto o lo que se aparte de él. La naturaleza está plagada de ejemplos que dejan el asunto bien delimitado, más allá de anécdotas y excepciones a la regla. Intentar aparentar que lo extraordinario es normal es una pretensión espuria, descabellada y condenada al fracaso por mucho que hoy la confabulación de políticos y lobbys lleven adelante su impostura.
Cuarto, mamá natura tuvo a bien “diseñar” unos órganos para unos fines bien concretos. De no ser así no existiría la atracción física entre humanos y no habría normalidad ni anormalidad. Así las cosas, la propia naturaleza previó todo lo que había que hacer para el fin que a ella el importa, la perpetuación de la especie. Pues bien, la homosexualidad se separa de esos fines (madre del cordero del asunto) que no son los únicos pero sí son los más sobresalientes. Nadie quiere ponerle el cascabel al gato: hay cables mal conectados, estamos ante una anomalía, una disfunción, ¡vaya usted a saber! No se puede negar eso. Otra cosa es qué hacemos con el “asunto”. A este argumento de peso siempre responden los de la otra acera con el subterfugio de que los humanos somos seres inteligentes y no tenemos por qué someternos a todo lo que dicta la naturaleza. Cierto, pero está demostrado que al actuar en contra de la naturaleza, más tarde o más temprano, terminamos por pagarlo. Ahí está el propio medio (ambiente) para recordárnoslo.
Quinto, además de lo anterior, que corresponde al plano bien delimitado de la biología y la naturaleza, hay otra dimensión que hace referencia a los derechos y al respeto que toda persona merece de ser tratada sin discriminación y a disponer de las debidas garantías de todo tipo, siempre que no colisionen con derechos de terceros, (los niños que también tienen derecho a crecer con una familia normal y normalizada, por ejemplo). Lo cortés no quita lo valiente.
De manera que hay que respetar a toda persona, pero respetar no quiere tomar como modelo, por ejemplo. Ni aceptar como alternativa de organización social. Algunos confunden respeto con tener las tragaderas como un túnel del metro. Un cojo nunca podrá ser modelo de buenos andares. Y ya pueden glosar sus gracias toreras, que no. Eso cualquiera lo entiende. Tampoco un sordo puede ser elegido como el hombre que susurraba a los caballos. Las cosas son como son. Es simple: mire, usted haga lo que le parezca pero no pretenda erigirse en maestro Ciruela de la sexualidad.
Ni estigma ni panegírico. Ni rabia ni orgullo.
Miguel González