De puertas abiertas. Atrio XXIX
Deambulando por la red me he encontrado con alguna perla cultivada de la factoría “soplagaitas sin fronteras”. Se pavonean estos angelitos del infierno de practicar una rutina de “puertas abiertas”, como si con ellos los delincuentes tuvieran algo que temer. En esta sociedad progre a fuerza de ser mema, son los ciudadanos normales los indefensos: listillos, cuentacuentos, ancianos juveniles y demás morralla están a salvo. Ya ha quedado claro que los controles de las sociedades modernas producen risa a los delincuentes, mientras tiemblan los ciudadanos decentes.
Es lo que tiene pertenecer a la élite (o elite para los muy cafeteros) de la progresía andante. La delincuencia, en versión progre, también es un fenómeno del que es culpable el sistema y cada acto delictivo es celebrado por estos saltimbanquis como una prueba más que viene a darles la razón. Acabemos con el sistema y entraremos directamente en el Reino de Dios (reino de farabundi para los teólogos ateos). Si algún día tienen la mala fortuna de un pobrecito delincuente cruza su puerta y desvalija sus pertenencias, ajo y agua, que no pica; más pierden ellos, pobrecillos, los delincuentes que están atrapados en las garras del sistema.
Puertas abiertas y cerebros cerrados. Es lo que hay. No les da para más. Y estos se postulan como el futuro de la humanidad.
La progresía andante siempre está más cerca de los delincuentes que de la gente normal, (que algo malo habrá hecho). Similis simili, que dirían los clásicos. Dime con quién andas y tal. Así, pierden el culo defendiendo a delincuentes convictos y confesos, no vayamos a pasarnos en eso de los derechos humanos. A los ciudadanos normales, cuidado no vayan a excederse con sus actitudes de defensa propia. El birlibirloque progre representa la metáfora de la geometría variable que aplican los farabundis: defensa del delincuente y ataque al ciudadano normal.
No cabe duda de que la utopía que esgrimen es una sociedad totalitaria.
Que sí, farabundis, que sí: quien no trabaje que no coma. Estamos abonando una sociedad de parásitos sociales que se creen merecedores de todos los derechos.
Va a ser que, con mi dinero, no.
Miguel González